La vecina

2009, Azaroak 14

Elena Arrieta

¿Quién es la vecina? Desde hace unas pocas décadas  parece un signo de gran clase y modernismo eso de “yo no me meto en la vida de nadie; ¡con decirte que llevo viviendo en esta casa… taitantos años y no conozco a la vecina de al lado!”  A mí esto siempre me ha asombrado y como poco, me parece una memez.  Sólo hay que pensar que cuando una persona tiene una urgencia a las 3 de la mañana toca la primera puerta que tiene a mano, la de la vecina, y tiene que empezar por presentarse.

Por otro lado, o por la misma regla de tres,  la figura social de la vecina se mueve en la incoherencia. Así podemos ver y oír en los medios de comunicación, que cuando ocurre  una desgracia, se entrevista al vecindario, como si tuviera información de primera mano, que no puede decir más que “era buena gente porque cuando me cruzaba en la escalera, decían buenos días y buenas noches”. Si hace algún comentario sobre ruidos y peleas previas, la impresión es que la señora en cuestión es un poco metete o, si lo sabían por qué no  hicieron antes nada.

Hoy en día ser vecina se interpreta como sinónimo  de cotilla, metomentodo y persona siempre pendiente de los otros, pero para denostar, prohibir, maltratar, no dejar vivir en paz e invadir la intimidad.

Yo tengo que decir lo contrario.  Me enorgullece mi vecindario, unos más que otros. Me gusta conocer y reconocer al de al lado y me gusta que estén pendientes si no me ven en unos días. Creo que es también mi deber -que hago muy a gusto- de hacerles saber que me preocupo por ellos, que estoy ahí, como ellos lo están, si me necesitan en cualquier apuro de la cotidianidad; que tengo muchas cosas en común con ellos como la convivencia en el edificio y en el barrio, los gastos de comunidad, las iniciativas de mejora, el dar respuesta a esas dificultades de acceso a portales y viviendas.  En corto, ese “hoy por ti y mañana por mí” porque lo que  necesita hoy la persona que vive en el quinto piso, lo puedo yo necesitar mañana.  Todo es cuestión de tiempo.

Hay que dejarse de tonterías y de querer siempre tener razón.  Hay que analizar  honradamente las propuestas, aunque sean de los otros porque  si nuestra comunicación con el otro es tipo ladrido,  es muy difícil retomarla y encontrar la vía de consenso.   Se ven reuniones de vecinos en las que vence la sinrazón, que nos hacen perder toda la energía y que nos lleva al fracaso y al deterioro de nuestros patrimonios.

Y esto no tiene nada que ver con meterse en la vida de nadie.  Tiene  mucho que ver con el respeto al otro, con la participación en una buena convivencia y el planteamiento y solución de problemas cotidianos.

Los que lo conocen y lo practican  tienen mucha suerte; los que lo rechazan, no saben lo que se pierden. No tenemos que olvidar que sólo es cuestión de tiempo el tener que llamar a la puerta de al lado para pedir ayuda.

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2 iruzkin

  1. Iñigo

    Comparto tu opinión. Yo también estoy orgulloso de mi vecindario. Me parece que es un asunto muy importante a cuidar y que nos indica el nivel de salud social que tenemos. Es cosa de todos. Es una moneda con su cara y su cruz, pero que en la práctica tiene mucho valor. Personalmente, los beneficios que me ha proporcionado rebasan con creces a los incovenientes. Gracias Elena por ponerlo sobre la mesa.

  2. Pili L.

    Estoy de acuerdo contigo. Yo que de pequeña hasta que me casé he vivido en barrios donde nadie se conocía, he de reconocer que el vivir en Altza ha hecho que aprecie lo que es un buen vecindario y lo necesario que es muchas veces el poder acudir adonde un vecino por necesidad de cualquier cosa. ES interesante pensar en estas pequeñas cosas, tambien.

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