Algunos recuerdos en la cuesta de mi infancia

1999, Abenduak 16

Xabier Arana

No, no es que mi infancia fuera una cuesta, sino que algunos de los recuerdos de mi infancia están estrechamente unidos a una gran cuesta que va desde donde estaba situada la Compañía de Maderas (junto a la salida de la Variante hacia Trintxerpe) hasta el Alto de Miracruz.

De la Compañía de Maderas sólo me acuerdo de su enorme chimenea redonda, hecha de ladrillo, parecida a la que actualmente existe en el aparcamiento de Pasai Donibane, un poco antes de adentrarnos en su calle única. La chimenea tenía un pararrayos en su punto más alto.

Un poco más arriba se situaban las Casas de Lasa, lugar donde entraban camiones con palés cargados hasta los topes de bacalao para su descarga. Recuerdo el fuerte olor a pescado y un montón de mujeres trabajando duramente con gordos jerseys, largos delantales de plástico, guantes de goma y botas chirucas. Para llegar a la tienda o al zapatero —estaban en el patio central— había que subir un montón de escaleras. Solía esperar junto a estas escaleras a que llegara José Luis Peña, el panadero de Herrera, para dejar el pan en la tienda de la Felisa. Lo que más me fascinaba era verle arrancar su viejo vehículo con una manivela. Como no tenía motor de arranque, introducía la manivela cerca de la matrícula delantera del carricoche, giraba con fuerza la misma y, como si fuera un milagro, el vetusto motor empezaba a hacer ruido y a echar humo. Me solía quedar con la boca abierta mirando al motor y al panadero; éste, me miraba, sonreía y se montaba en el vehículo para continuar el reparto.

De vez en cuando solía parar el camión del hielo. La fábrica de hielo estaba ubicada en Trintxerpe, cerca del bar Velasco, donde empieza el puerto. Al pasar por allí, un intenso y penetrante olor a amoniaco invadía mi olfato. El camión del hielo me refresca la memoria sobre unas blancas y alargadas barras heladas que, a veces, eran partidas por la mitad con un gancho de hierro. El repartidor, antes de ponérselas sobre su hombro, se protegía éste con un trapo para que no se mojara la ropa.

La empresa IESA (Industrias Españolas S.A.) tenía dos fábricas en la cuesta. Una, Contiber —anteriormente había una serrería en el mismo lugar—, junto a la fábrica de pinturas; la otra, Contadores unos metros más arriba. Aún no se me ha olvidado las prisas de los trabajadores y trabajadoras, la mayoría con bata azul, para salir a almorzar o, ya sin la bata, para irse a casa. En el pequeño aparcamiento de Contiber, junto a una gran persiana metálica de color verde, solía estar aparcados un Biscuter y un «Huevo» -vehículo para dos personas al que se accedía por delante y cuando se abría la puerta también se levantaba el volante.

En vacaciones solía pasar bastantes horas sentado en el pretil junto a la carretera. Al volver la vista atrás, me evoca la lenta y ruidosa marcha de los autobuses de Areizaga (tenían entonces las cocheras en Trintxerpe) y los camiones. Los ciclistas y algunos conductores de motocicletas, aprovechaban la pachorra de estos vehículos para agarrarse a los mismos. No falta quien decía que si cogías uno de esos camiones al principio de la cuesta con una camisa blanca, cuando llegabas al Arzak la camisa se había desteñido en un gris oscuro. Los camiones que más circulaban eran los de carbón (había varias empresas de carbón junto a la Compañía de Maderas), los de pescado (colgaban de sus extremos unas mangueras pequeñas por donde se deslizaban las gotas del hielo derretido) y los GMC amarillos que transportaban desde el puerto en grandes sacos tabaco para la tabacalera de Duque de Mandas.

Yo vivía en la portería de la fábrica de pinturas que estaba situada en la actual entrada a Bidebieta, donde actualmente está el concesionario de Opel. Por aquel entonces, desde la cuesta se divisaban muchas zonas verdes, muchos árboles; todavía no se había construido ningún rascacielos. El caserío Moneda, el caserío Ernabiro, la villa, el tiro nacional, el barrio de Guarda Plata, Mendiola y el Colegio de la Asunción, eran algunos de los lugares que se podían contemplar desde la cuesta de mi infancia.

Entre los muchos personajes que pasaban por la cuesta me acuerdo del mielero (vestido con pantalón de pana y un blusón), del afilador (entonando su peculiar melodía, inicialmente afilaba con un aparato que lo movía con los pies; posteriormente se modernizó y la rotación la conseguía por el motor de su motocicleta), del botijero (llevaba el burro lleno de botijos, tinajas y cazuelas de barro), del paragüero (siempre con unos cuantos paraguas bajo el brazo), de Txantxilo (cuando iba a fiestas de Trintxerpe, un amigo de mi hermano le solicitó que interpretara «La Yenka» y él la interpretó con mucha gracia en su xilófono), y de María Luisa (la casera que iba en un carro verde, tirado por un viejo caballo, desde un caserío de Altza hasta el mercado de Trintxerpe; todas las cuentas las hacía en su mano, cuando tenía que hacer otra cuenta, pasaba su mano por su lengua y luego la restregaba por su delantal).

Es curioso, al cerrar los ojos se me abre todo un mundo de recuerdos —tan desordenados como gratos— sobre mi niñez. El último que me viene a la memoria está relacionado con la noche de fin de año: tras intentar comer las uvas al ritmo de las campanadas —más de una vez empezaba el año con las uvas atragantadas—, solíamos salir a la ventana o a la calle para escuchar el pitido de las sirenas de los barcos en el boyante puerto de Pasaia. No cabe duda, eran otros tiempos.

2 iruzkin

  1. Estibaus » Xabier Arana: “Drogas, legislaciones y alternativas”

    [...] Xabier: “Algunos recuerdos en la cuesta de mi infancia“. Estibaus, [...]

  2. masajes alicante

    Muchas gracias por este post, tengo muchas ganas de seguir leyendo el resto de contenidos
    =)

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