En el camino de Herrera

2008, 1 de Septiembre

El País Vasco, 1923-04-21

-En el camino de Herrera-

Un marinero hiere gravemente a otro de un tiro

EL AGRESOR FUÉ DETENIDO ANOCHE POR LA GUARDIA CIVIL DE PASAJES

         A la una de la madrugada suena el timbre del teléfono insistentemente.

         -¿Diga, diga?

         -Si quieren ustedes un suceso, vayan a Herrera. Hay un hombre gravemente herido.

         -¿Qué más?

         -No se sabe más. Ha sido en riña.

         Decidimos ir a Herrera y hacer información. Salimos en busca de un auto. En la parada del Casino hay, felizmente, uno desocupado. Es el «G. 62». Montamos.

         -¡A la derecha, y de prisa! -decimos al chófer.

         Atravesamos las calles silenciosas de la ciudad, a una marcha fantástica. Pasamos el puente de Santa Catalina y, ya en la carretera, el auto acelera la velocidad.

         Nadie en el camino, hasta llegar a las proximidades de la capilla erigida por la viuda de Zappino. Desde allí, a lo lejos, dos ojos luminosos parecen asaetear la carretera.

         -Allí debe ser -pensamos; y ordenamos al chófer-. Al llegar donde esos autos, pare.

         Pocos instantes más de camino y hénos ya en el lugar del suceso.

         LA CANTINA DE HERRERA

         En una hondonada, a la izquierda de la carretera, hay una casita de un sólo piso, enjabelgada, frente a la cual hay plantados cinco plátanos. Sobre la puerta luce este letrero: «Cantina».

         Hay gente dentro. Nos decidimos a entrar nosotros también, y saludamos al nuevo juez de Instrucción de San Sebastián, señor López Saro, que, terminado su cometido, se dispone a regresar a San Sebastián. Vamos a interrogarle, pero el comisario de Policía, Arturo Pérez, nos dice:

         -No sabemos apenas nada. Ahí dentro, pueden ustedes sacar algo en limpio.

         Optamos por seguir el consejo de nuestro amigo y nos quedamos. Se vacía de gente la cantina. Sólo quedan, tras el mostrador, dos muchachas jóvenes, bastante bonitas, que dan muestras de estar muy nerviosas.

         -¿Nos quieren ustedes decir qué ha pasado? -las interrogamos.

         -Aquí, nada -nos responde una de ellas-; sólo hemos recogido al herido.

         LA ALEGRÍA DE UNA COPAS

         -Cuéntenos usted lo que sepa -rogamos a la muchacha.

         -Pues verá usted. A eso de las once de la noche, estábamos en el mostrador mi hermana y yo…

         -Yo, Francisca Gorostegui y mi hermana Teresa.

         -Siga usted.

         -Pues, como le digo, estábamos en el mostrador y entraron cuatro hombres, con tipo de marineros. Pidieron unos vasos de vino y estuvieron un rato bromeando y dando muestras de buen humor.

         -¿Cuánto tiempo permanecieron?

         -Un cuarto de hora, aproximadamente. Pagaron y, riendo siempre, se marcharon.

         ME HAN HECHO TRAICIÓN

         -¿Y qué más?

         -No habían pasado cinco minutos, uno de los cuatro hombres, volvió a la cantina. Venía sólo y daba muestras de gran agitación. Pidió una copa, y cuando se la serví, dijo: ¡Me han hecho traición! ¡Estoy herido!…

         Le preguntamos dónde, y, levantándose el chaleco y la camisa, nos enseñó una herida que arrojaba bastante sangre…

         -¿Dónde tenía la herida?

         -En el vientre, en la parte izquierda… Nosotras nos asustamos mucho y, mientras yo le atendía, mi hermano José Cruz, que ya estaba durmiendo…

         El pobre hombre se abrazó a mí, y empezó a quejarse: ¡Madre mía, madre mía!

         EN BUSCA DE SOCORRO

         -Como el pobre se quejaba tanto y no sabíamos qué hacer, mi hermano dió aviso al guarda de servicio cerca de aquí para que fuese en busca de socorros.

         Pero pasaba el tiempo y el herido seguía quejándose. No venía nadie a socorrerlo. Gracias a Dios, cuando ya había transcurrido cerca de una hora, pasó un automóvil. Le hicimos señas y paró. Venía dentro un señor inglés, a quien dijimos lo que sucedía, y el señor nos dijo que seguía a San Sebastián a dejar el equipaje que llevaba el coche y en seguida volvería.

         En efecto, al cabo de poco tiempo, llegó un automóvil vacío, que recogió al herido y lo llevó a Pasajes.

         -¿Quién era el señor del auto?

         -El vicecónsul de Inglaterra en San Sebastián, míster Hart -nos responde un chófer que en aquel momento entraba en la cantina.

         -Venía de Biarritz, y, al llegar a San Sebastián, fué a la parada de autos del Casino y me ordenó a mí que viniese a recoger al herido.

         -¿Dónde lo llevó usted?

         -A la farmacia de Pasajes. Se llamó al médico y, después de reconocerle, le encontró tan mal que dijo lo llevasen sin pérdida de tiempo al hospital.

         -¿Qué número tiene su auto?

         -El 961 de la matrícula de San Sebastián.

         -¿A qué farmacia llevó el herido?

         -A la del señor Lasagabaster.

         LOS TRABAJOS DEL JUEZ

         -Y el juez ¿qué ha hecho?

         -Llegó en auto con varios policías y nos preguntó lo que sabíamos -nos responde Francisca-. Le hemos contado esto mismo que a usted le decimos y se ha marchado.

         -¿A qué hora ha venido?

         -A la una y cuarto.

         DONDE FUE HERIDO

         -¿Y no sabe dónde ha sido herido?

         -Según el guardia, que hace un momento se ha ido a acostar, el hecho debe de haber ocurrido muy cerca de aquí, en la vía del ferrocarril de la frontera, en las inmediaciones de la estación.

         -¿Y, habiendo sido herido de un balazo, no oyeron ustedes ninguna detonación?

         -No, señor; no oímos absolutamente nada.

         LO QUE DIJO EL HERIDO

         -El herido ¿perdió el conocimiento?

         -No, señor. Estuvo todo el rato muy sereno, relatándonos cómo le habían agredido.

         -¿Y qué decía?

         -Según él, no conoce a los que le acompañaban. Se habían encontrado esta noche y se habían hecho amigos, recorriendo junto unas cuantas tabernas. Cuando salieron de aquí, marcharon por la vía del ferrocarril de la frontera y sin que mediara una palabra, uno de los tres que con él iban le dio una bofetada. El se quejó de la agresión, y entonces, el mismo que le había pegado, sacó un revólver y le disparó un tiro, huyendo después con los otros…

         EN BUSCA DEL AGRESOR

         Tan pronto como se recibió en la Inspección de Vigilancia el primer telefonema de Pasajes, dando cuenta del suceso, el comisario jefe de la Policía, dispuso que se avisase a la Guardia Civil de Pasajes para que practicase averiguaciones sobre lo ocurrido y buscase a los agresores.

         En tanto, el juez de Instrucción, que ya se había enterado del suceso, llamó a la Inspección y ordenó que saliese en seguida un auto para recoger al herido, con policía y anunciando que él marchaba a Herrera.

         En efecto, la policía, intentó, por todos los medios, encontrar un vehículo acondicionado para recoger y transportar al herido; pero todo fue inútil, pues hasta el auto-camilla municipal no pudo ser utilizado por no tener a aquella hora conductor.

         En vista de ello, el señor Rodríguez de Celis decidió alquilar un automóvil y, acompañado del comisario jefe de la brigada móvil Arturo Pérez, marchó a Herrera.

         En la motocicleta del Gobierno civil marcharon también al lugar del suceso los agentes señores Millán Torres, Villalba y Mateo.

         Una vez en Herrera, y después de que el juez oyó el relato que le hicieron las muchachas de la cantina, se dirigió al hospital civil de Manteo con el propósito de tomar declaración al herido.

         Mientras, dos agentes de Policía daban una batida por aquellos alrededores y por Pasajes, para ver si encontraban a los autores de la bárbara agresión.

         LA GUARDIA DETIENE A LOS AGRESORES

         Como ya hemos dicho, la Guardia Civil de Pasajes, tan pronto como tuvo noticia de lo sucedido, empezó a practicar los trabajos necesarios para dar con los agresores.

         Una pareja recorrió los cafetines que tanto abundan a lo largo de la carretera en Pasajes de San Juan. Y en uno de ellos vio a tres sujetos que, por un movimiento extraño que hicieron al ver aparecer a la benemérita, se denunciaron.

         En efecto, eran los autores.

         Detenidos por la pareja y conducidos a la Casa-Cuartel de la Guardia Civil, declararon de plano su delito.

         El verdadero agresor se llama José Alvarez, de veintidós años, fogonero de un vapor surto en el puerto de Pasajes, y natural de Serantes, pueblecito próximo al Ferrol.

         Los compañeros, marinos también -el uno es contramaestre y el otro fogonero- son también naturales de Serantes.

         Declararon a la Guardia Civil que nunca, hasta anoche, habían visto al herido. Se encontraban en la cantina de Herrera, bebieron unas cuantas copas, charlaron y salieron juntos.

         Cuando atravesaron la vía del ferrocarril de la frontera, José Alvarez dijo a sus compañeros:

         -Veréis cómo le pego.

         Y uniendo la acción a la palabra, dio dos formidables bofetadas al amigo ocasional. Este, al sentirse maltratado de aquella forma, protestó. Y entonces, José, sacando un revólver y apuntándole al vientre, le dijo al tiempo que hacía fuego:

         -¡Toma; para que protestes!

         Cometida la bárbara hazaña, echó a correr, seguido de sus compañeros, mientras el herido se dirigía con trabajo a la cantina en demanda de auxilio.

         El agresor, al ser detenido, llevaba un revólver, con una cápsula disparada, y un cuchillo de grandes dimensiones.

         QUIEN ES EL HERIDO

         El hombre herido de manera tan estúpidamente salvaje por José Alvarez es un marinero, tripulante del vapor «Ruda», surto en el puerto.

         Se llama Adelino Díaz Criado, y es natural de un pueblo de la costa asturiana.

         Después de ser reconocido por el médico de Pasajes, fué trasladado al Hospital de Manteo, donde los médicos le apreciaron una herida de arma de fuego en el hipocondrio, con orificio de entrada y sin salida.

         El doctor de guardia, don Joaquín Ayestarán, avisó al jefe de la Clínica quirúrgica, don Miguel Kutz, pues la gravedad del caso requería la inmediata extracción de la bala.

         A las tres y media de la madrugada se le practicaba la operación al desgraciado Adelino Díaz Criado.

         OTROS DETALLES

         El juez de Instrucción, señor López Saro, una vez terminada su visita de inspección en Herrera, se trasladó, como decimos antes, al Hospital, con el propósito de tomar declaración al herido.

         Poco fue lo que pudo sacar en limpio el magistrado, pues Díaz Criado no pudo ampliar lo que en la cantina había dicho, y además, parecer ser que había ingerido demasiado alcohol y no coordinaba con normalidad.

         En vista de ello, el juez aplazó hasta un nuevo interrogatorio la concreción de lo que el herido diga.

* * *

         El agresor José Alvarez, y sus acompañantes, quedaron anoche detenidos en el cuartel de la Guardia civil de Pasajes, hasta que hoy sean trasladados a la cárcel de San Sebastián, a disposición del juez.

         No sabemos si a causa del vino, por efecto de insensibilidad, José Alvarez no dio al ser detenido muestras de sentimiento por el daño causado, de manera tan imbécil, a Díaz Criado. Por el contrario, en todos los momentos aparentó estar tranquilo. Cuando la Guardia civil le detuvo en un café de Pasajes, Alvarez y sus compañeros estaban bebiendo alegremente unas copas, como si no acabasen de atentar bárbaramente contra la vida de un hombre.

         ESTADO DEL HERIDO

         A las cuatro de la madrugada han terminado los doctores Ayestarán y Kutz de practicar la operación al herido Díaz Criado.

         El estado del marino agredido es, según nos comunican a última hora del Hospital, bastante grave.

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